lunes, 27 de enero de 2014

Revolución Industrial y Movimiento Obrero en el Cine






Página del Profesor Francisco con la Película Daens










 BREVE RESUMEN DE LA TRAMA:
La película cuenta la historia del sacerdote Daens, que vive en el siglo XIX. Es destinado a Bélgica, y allí descubrirá cómo los obreros de una pequeña ciudad son explotados por un sistema capitalista, controlados por un puñado de ricos que tan solo ansían más y más riquezas, aun sabiendo lo que esto trae consigo: el hambre, la pobreza y la miseria de estos obreros, que cobran un salario indigno por sus largas jornadas de trabajo y que en ocasiones son despedidos tan solo por su edad o por sus ideologías políticas. Daens jugará aquí un papel importantísimo, adentrándose en el camino de conseguir la igualdad entre todos los ciudadanos, en todos los sentidos.

domingo, 19 de enero de 2014

Lectura, Dickens y el impacto de la RI en sus novelas

DICKENS (1812-1870) Y LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: TIEMPOS DIFÍCILES

PÁGINA CON LA BIOGRAFÍA Y CUENTOS


    Charles Dickens (1812-1870), es uno de los novelistas más conocidos y valorados de toda la literatura universal. En sus novelas, fue capaz de mezclar la aguda crítica social con el humor y la ironía y de crear personajes magistrales a los que describía con tal maestría que los dotaba de una personalidad casi real. Evoca tiernas postales navideñas pero también lúgubres hospicios y retratos del Londres victoriano más injusto. Desveló en su obra las desigualdades sociales de la que era por entonces capital del mundo, consiguiendo con su denuncia convertirse en uno de los mayores  autores de bestséllers de la historia de la literatura.
 
    Fue uno de los escritores más leídos en su época y se erigió en una celebridad pese a sus humildes orígenes (nace en Portsmouth, Inglaterra, en el seno de una familia de clase media-baja). Su traumática infancia (el encarcelamiento de su padre lo obligó a trabajar desde muy pequeño en una fábrica de betún) y su parca formación de autodidacta –sólo acudiría al colegio a partir de los nueve años– no le impidieron consagrarse entre los grandes. Con veintisiete años, era  el novelista más popular y reconocido de Inglaterra. 
     Entre sus obras más conocidas se encuentran, “ Los papeles del club Pickwick”, “Canción de Navidad”,  “David Copperfield”, “La pequeña Dorrit”, “Grandes esperanzas”, “Oliver Twist”, “La tienda de antigüedades”, Tiempos difíciles, “Historia de dos ciudades” y su última novela, “El misterio de Edwin Drood”, que quedó incompleta.
    
     Podemos rastrear la sociedad industrial inglesa de la época en numerosas novelas. 
Su infancia, en la que se va a ver obligado a trabajar en una fábrica de betún, se va a ver reflejada en novelas como David Copperfield, su primer gran éxito, pero también en el pequeño Pip de Grandes esperanzas, o en el oprimido Oliver Twist. Todos son el pequeño Dickens: tres protagonistas, tres niños desamparados obligados a vivir privados de una justa infancia. 
     Más tarde, utilizando el humor y  la sátira, Dickens consigue en Tiempos difíciles (1854) denunciar el trato dispensado por los empresarios a los trabajadores, considerados meras manos-apéndices de las máquinas que manejaban. Es esta novela la que mejor expone el salvajismo y miserias de revolución industrial. Se describe perfectamente la fisonomía de la ciudad industrial, el trabajo infantil, clases sociales como la burguesía o el proletariado, etc.
  

Tiempos Difíciles. Reseña del libro:
La décima novela del maestro Charles Dickens, es una de las más densas, donde toma singular protagonismo la lucha de clases y  las características de la sociedad industrial de mitad del siglo XIX. 
En Tiempos Difíciles el escenario ya no es Londres, sino una ciudad obrera llamada Coketown; en ella aparecen dos clases sociales incompatibles: los propietarios industriales y el proletariado. La disposición crítica propiamente dickensiana se manifiesta a través de la utilización del realismo social, con el que el autor fustigará duramente a esas redes industriales que promueven que un puñado de hombres elegidos fiscalice el destino de cientos de trabajadores. 
Por otro lado, Dickens sumará una tercera clase social representada por el circo, aquellos que no pretenden participar del sistema de producción y que viven de forma alternativa.

La novela de Dickens, se desarrolla en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX, época de la Segunda Revolución Industrial, donde puede notarse reflejado la calidad de vida de los obreros, sus dificultades y contrariedades, en contraste con la gran vida que llevan los empresarios.     

Fragmentos destacados:


“Era una ciudad de ladrillos colorados, o más bien de ladrillos que habrían sido colorados, si el humo y las cenizas lo hubiesen permitido; pero tal como estaba, era una ciudad de un rojo y de un negro poco natural, como el pintado rostro de un salvaje. Era una ciudad de máquinas y de altas chimeneas, de donde salían sin descanso interminables serpientes de humareda, que se deslizaban por la atmósfera sin desenroscarse nunca del todo. Tenían un canal obscuro y un arroyo que llevaba un agua enturbiada por un jugo fétido, y existían vastas construcciones, agujereadas por ventanas, que resonaban y retemblaban todo el santo día, mientras el pistón de las máquinas de vapor subía y bajaba monótonamente, como la cabeza de un elefante enfermo de melancolía. Contaba la ciudad de varias calles grandes, que se parecían entre sí, y de infinitas callejuelas aún más parecidas unas a otras, habitadas por gentes que se parecían igualmente, que entraban y salían a las mismas horas, que pisaban de igual modo, que iban a hacer el mismo trabajo, y para quienes cada día era idéntico al anterior y al de después, y cada año el vivo reflejo del que le había precedido y del que iba a seguirle”.

Libro I Capitulo V. Charles Dickens. Tiempos difíciles.


Un día de sol en plena canícula. A veces hace días así hasta en el mismo Coketown.
Visto Coketown desde lejos con semejante tiempo, yacía amortajado en una neblina característicamente suya, que parecía impermeable a los rayos del sol. Se advertía que allí dentro había una ciudad, porque era sabido que sin una ciudad no podía existir aquella mancha fosca sobre el panorama. Un borrón de hollín y de humo, que unas veces se inclinaba confusamente en una dirección y otras en otra; que unas veces ascendía hacia la bóveda del cielo y otras reptaba sombrío horizontalmente al suelo, según que el viento se levantaba, caía o cambiaba de cuadrante; una masa densa e informe, cruzada por capas de luz que ponían únicamente de relieve amontonamientos de negrura: así era como Coketown, visto a distancia, y aunque no se descubriese uno solo de sus ladrillos, daba indicios de sí mismo.
Lo admirable de Coketown era que existiese. Tantas veces había sido reducido a ruinas, que causaba asombro cómo había podido aguantar tantas catástrofes. Se puede afirmar que los fabricantes de Coketown están hechos de la porcelana más frágil que ha existido jamás. Por grande que sea el mimo con que se los manipule, se rompen en pedazos con tal facilidad, que lo dejan a uno con la sospecha de si no estarían antes agrietados. Cuando se les exigió que enviasen a la escuela a los niños que trabajaban, se arruinaron; cuando se nombró inspectores que inspeccionasen sus talleres, se arruinaron; cuando estos inspectores manifestaron dudas acerca del derecho que pudieran tener esos fabricantes a cortar en tajadas a los obreros con sus máquinas, se arruinaron; y cuando se insinuó la opinión de que acaso no fuese indispensable que produjesen tanto humo, se arruinaron total y definitivamente. Además de la cuchara de oro del señor Bounderby, que andaba en boca de casi todos en Coketown, era muy popular en esta ciudad otro mito, que adoptaba la forma de una amenaza. Siempre que un coketownense creíase perjudicado, es decir, siempre que se le impedía campar por sus respetos y alguien proponía que se le hiciese responsable de las consecuencias de sus actos, podíase tener la seguridad de que reaccionaría con la espantosa amenaza de que «antes arrojaría al Atlántico todos sus bienes».Esta amenaza había puesto en varias ocasiones al ministro del Interior a dos dedos de la muerte.
Sin embargo, los coketownenses eran tan patriotas, a pesar de todo, que jamás arrojaron sus bienes al Atlántico, sino que, por el contrario, tuvieron la amabilidad de cuidarlos celosamente. Allí estaba, pues, Coketown, entre la neblina lejana, creciendo y multiplicándose.
Las calles estaban abrasadas y polvorientas en aquel día de verano, y el sol era tan brillante que atravesaba el espeso vapor que caía sobre Coketown y no permitía fijar en él la vista. Los fogoneros surgían de profundas puertas subterráneas para salir a los patios de las fábricas, y tomaban asiento en gradas, postes y vallas, enjugándose los rostros ennegrecidos y mirando los carbones. La población entera daba la impresión de estar friéndose en aceite. Se percibía en todas partes un penetrante aroma de aceite caliente. Las máquinas de vapor aparecían brillantes de aceite; la ropa de los obreros tenía manchas de aceite; las fábricas, a través de todos sus pisos, destilaban y chorreaban aceite. En los palacios de hadas la atmósfera parecía el aliento del siroco, y sus moradores, desfallecientes de calor, trabajaban lánguidamente en el desierto. Pero no había temperatura capaz de devolver su juicio a los elefantes ni de enloquecerlos más de lo que estaban. Sus fastidiosas cabezas iban y venían al mismo compás con tiempo caluroso o con tiempo frío, con tiempo húmedo o con tiempo seco, con tiempo bueno o con mal tiempo. A falta del susurro de los bosques, Coketown sólo podía ofrecer el vaivén acompasado de las sombras de esos elefantes en los muros; en cambio, para sustituir el zumbido veraniego de los insectos, podía ofrecer durante todo el año, desde el amanecer del lunes hasta el anochecer del sábado, el zumbido de las transmisiones y poleas.
Zumbaban perezosamente durante todo aquel día de sol, adormilando aún más y dando más calor aún al caminante que pasaba junto a los muros susurrantes de las fábricas. Las persianas y los riegos refrescaban un poco las calles principales y los comercios: pero las fábricas, los patios y las callejuelas ardían lo mismo que un horno. Río abajo, un río negro y espeso de residuos colorantes, algunos muchachos coketownenses que estaban de asueto - una escena rarísima en dicha población- bogaban en una lancha absurda que dejaba en las aguas una estela espumosa conforme avanzaba ; y a cada inmersión de los remos se removían olores nauseabundos. Pero el sol mismo, aunque produzca en general efectos beneficiosos, era menos benigno con Coketown que el frío más rudo, y rara vez clavaba fijamente su mirada en los rincones más apretados de la ciudad sin que engendrase más muerte que vida. Así es como el ojo del mismo cielo se convierte en un ojo maldito cuando unas manos incapaces o sórdidas se interponen entre él y las cosas a las que él mira para llevarles su bendición.

Libro II Capitulo I. Charles Dickens. Tiempos difíciles.  
ACTIVIDADES
  • Lee atentamente los fragmentos de la novela.
  • Busca el significado de las palabras desconocidas.
  • ¿Quién escribió Tiempos Difíciles?  Redacta una breve biografía con el material aportado. Si fuera necesario busca información.
  • Por qué llama el escritor a esos años "época victoriana?
  • ¿Cuál es la trama del Tiempos Difíciles?. ¿Por que decimos que la novela es una critica a la sociedad inglesa de aquellos años?
  • ¿Cuales son los personajes principales del Tiempos Difíciles?
  • ¿Cómo describe el autor el contexto espacio temporal en el que sitúa el relato, menciona las características de los lugares y espacios?
  • ¿Cómo podemos observar la problemática infantil a través del relato?
  • ¿Cómo es el final del Tiempos Difíciles?

martes, 14 de enero de 2014

Machado y Serrat. Serrat y Machado


La Generación del 98. Antonio Machado.
Escucha y lee atentamente, la poesía "Caminante no hay camino" de Antonio Machado interpretada por Serrat.


Cantares
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.

Nunca perseguí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...
Nunca perseguí la gloria.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...

Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar:
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...

Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse, le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...

Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso.


Vivir sin aire: entender la letra de una canción

Escucha atentamente la letra de la canción interpretada por  Sole Giménez


Cómo quisiera poder vivir sin aire...
Cómo quisiera poder vivir sin agua...
Me encantaría quererte un poco menos.
Cómo quisiera poder vivir sin ti.

Pero no puedo, siento que muero,
me estoy ahogando sin tu amor.

Cómo quisiera poder vivir sin aire.
Cómo quisiera calmar mi aflicción.
Cómo quisiera poder vivir sin agua.
Me encantaría robar tu corazón.

¿Cómo pudiera un pez nadar sin agua?
¿Cómo pudiera un ave volar sin alas?
¿Cómo pudiera la flor crecer sin tierra?
Cómo quisiera poder vivir sin ti. Oh No

Pero no puedo, siento que muero,
me estoy ahogando sin tu amor.

Cómo quisiera poder vivir sin aire.
Cómo quisiera calmar mi aflicción.
Cómo quisiera poder vivir sin agua.
Me encantaría robar tu corazón.

Cómo quisiera lanzarte al olvido.
Cómo quisiera guardarte en un cajón.
Cómo quisiera borrarte de un soplido.
Me encantaría matar esta canción.
ACTIVIDADES
1.- Resume el argumento.
2.- ¿Cuál es el tema principal?
3.- Explica el significado de las siguientes estrofas
Cómo quisiera poder vivir sin aire.
Cómo quisiera calmar mi aflicción.
Cómo quisiera poder vivir sin agua.
Me encantaría robar tu corazón.

Cómo quisiera lanzarte al olvido.
Cómo quisiera guardarte en un cajón.
Cómo quisiera borrarte de un soplido.
Me encantaría matar esta canción.


domingo, 12 de enero de 2014

La Revolución Industrial



Escucha atentamente el vídeo, contesta las preguntas y posteriormente realiza un resumen.






ACTIVIDADES
1.- Dictado: Introducción a la Revolución Industrial. Corrige errores.
2.- Lectura comprensiva: lee atentamente la introducción y contesta a las preguntas de la página 35.
3.- Describe la imagen, señalando los elementos urbanos e industriales que aparecen


4.-Observa atentamente la presentación, copia en el cuaderno el esquema (diapositiva 2)

martes, 7 de enero de 2014

Planificación del trabajo



TODOS
Lectura del relato Médium de Pío  Baroja: libro N, pág. 35/libro V, pág. 88
Actividades sobre la comprensión lectora del texto: pág. 36/37
Ortografía: los paréntesis. Pág. 40/51. Las abreviaturas: pág. 19/25
Practica con el siguiente enlace  



Léxico: Sinonimia, antonimia, familia de palabras... pág 19/14
Textos de la vida cotidiana: La Garantía ( ejemplo de prueba Pisa)


GRUPO VERDE
Morfología. Clases de palabras según la forma, significado y función. Variables e invariables. Pág.5-6
Sintaxis: frases/oraciones/ tipos de oraciones. Pág 17 y 18.

GRUPO AZUL
Trabajamos el Léxico. Repasa las palabras compuestas, derivadas y parasintéticas (pincha)





Lectura comprensiva: Médium

1.-Lee atentamente   la lectura adaptada  de Pío Baroja, Médium. Página 36, libro nuevo/pág 88 libro viejo.
2.- Busca en la RAE las palabras desconocidas o dedúcelas por contexto.
3.- Contesta, en el cuaderno, las preguntas sobre comprensión lectora del libro.
4.- Lee el relato completo

PÍO BAROJA. CUENTO. "Médium"

Pío Baroja
Médium
Soy un hombre tranquilo, nervioso, muy nervioso; pero no estoy loco, como dicen los médicos que me han reconocido. He analizado todo, he profundizado todo, y vivo intranquilo. ¿Por qué? No lo he sabido todavía.
Desde hace tiempo duermo mucho, con un sueño sin ensueño; al menos, cuando me despierto, no recuerdo si he soñado; pero debo soñar, no comprendo por qué se me figura que debo soñar. A no ser que esté soñando ahora cuando hablo; pero duermo mucho; una prueba clara de que no estoy loco.
La médula mía está vibrando siempre, y los ojos de mi espíritu no hacen más que contemplar una cosa desconocida, una cosa gris que se agita con ritmo al compás de las pulsaciones de las arterias en mi cerebro.
Pero mi cerebro no piensa, y, sin embargo, está en tensión; podría pensar, pero no piensa… ¡Ah!
¿Os sonreís, dudáis de mi palabra? Pues bien, sí. Lo habéis adivinado. Hay un espíritu que vibra dentro de mi alma. Os lo contaré:
Es hermosa la infancia, ¿verdad? Para mí, el tiempo más horroroso de la vida. Yo tenía, cuando era niño, un amigo; se llamaba Román Hudson; su padre era inglés, y su madre, española.
Le conocí en el Instituto. Era un buen chico; sí, seguramente era un buen chico; muy amable, muy bueno; yo era huraño y brusco.
A pesar de estas diferencias, llegamos a hacer amistades y andábamos siempre juntos. Él era un buen estudiante, y yo, díscolo y desaplicado; pero como Román siempre fue un buen muchacho, no tuvo inconveniente en llevarme a su casa y enseñarme sus colecciones de sellos.
La casa de Román era muy grande y estaba junto a la plaza de las Barcas, en una callejuela estrecha, cerca de una casa en donde se cometió un crimen, del cual se habló mucho en Valencia.
No he dicho que pasé mi niñez en Valencia. La casa era triste, muy triste, todo lo triste que puede ser una casa, y tenía en la parte de atrás un huerto muy grande, con las paredes llenas de enredaderas de campanillas blancas y moradas.
Mi amigo y yo jugábamos en el jardín, en el jardín de las enredaderas, y en un terrado ancho, con losas, que tenía sobre la cerca enormes tiestos de pitas.
Un día se nos ocurrió a los dos hacer una expedición por los tejados y acercarnos a la casa del crimen, que nos atraía por su misterio. Cuando volvimos a la azotea, una muchacha nos dijo que la madre de Román nos llamaba.
Bajamos del terrado y nos hicieron entrar en una sala grande y triste. Junto a un balcón estaban sentadas la madre y la hermana de mi amigo. La madre leía; la hija bordaba. No sé por qué, me dieron miedo.
La madre, con voz severa, nos sermoneó por la correría nuestra, y luego comenzó a hacerme un sinnúmero de preguntas acerca de mi familia y de mis estudios. Mientras hablaba la madre, la hija sonreía; pero de una manera tan rara, tan rara…
—Hay que estudiar —dijo, a modo de conclusión, la madre.
Salimos del cuarto, me marché a casa y toda la tarde y toda la noche no hice más que pensar en las dos mujeres.
Desde aquel día esquivé como pude el ir a casa de Román. Un día vi a su madre y a su hermana que salían de una iglesia, las dos enlutadas; y me miraron y sentí frío al verlas.
Cuando concluimos el curso va no veía a Román; estaba tranquilo; pero un día me avisaron de su casa, diciéndome que mi amigo estaba enfermo. Fui, y le encontré en la cama, llorando, y en voz baja me dijo que odiaba a su hermana. Sin embargo, la hermana, que se llamaba Ángeles, le cuidaba con esmero y le atendía con cariño; pero tenía una sonrisa tan rara…, tan rara.
Una vez, al agarrar de un brazo a Román, hizo una mueca de dolor.
—¿Qué tienes? —le pregunté.
Y me enseñó un cardenal inmenso, que rodeaba su brazo como un anillo.
Luego, en voz baja, murmuró:
—Ha sido mi hermana.
—¡Ah! Ella…
—No sabes la fuerza que tiene; rompe un cristal con los dedos, y hay una cosa más extraña: que mueve un objeto cualquiera de un lado a otro sin tocarlo.
Días después me contó, temblando de terror que a las doce de la noche, hacía ya cerca de una semana que sonaba la campanilla de la escalera se abría la puerta y no se veía a nadie.
Román y yo hicimos un gran número de pruebas. Nos apostábamos junto a la puerta…, llamaban… abríamos…, nadie. Dejábamos la puerta entreabierta, para poder abrir en seguida…; llamaban…, nadie.
Por fin quitamos el llamador a la campanilla, y la campanilla sonó, sonó…, y los dos nos miramos estremecidos de terror.
—Es mi hermana, mi hermana —dijo Román.
Y, convencidos de esto, buscamos los dos amuletos por todas partes, y pusimos en su cuarto una herradura, un pentagrama y varias inscripciones triangulares con la palabra mágica:
"Abracadabra".
Inútil, todo inútil; las cosas saltaban de sus sitios, y en las paredes se dibujaban sombras sin contornos y sin rostro.
Román languidecía, y para distraerle, su madre le compró una hermosa máquina fotográfica.
Todos los días íbamos a pasear juntos, llevábamos la máquina en nuestras expediciones.
Un día se le ocurrió a la madre que los retratara yo a los tres, en grupo, para mandar el retrato a sus parientes de Inglaterra. Román y yo colocamos un toldo de lona en la azotea, y bajo él se pusieron la madre y sus dos hijos. Enfoqué, y por si acaso me salía mal, impresioné dos placas. En seguida Román y yo fuimos a revelarlas. Habían salido bien; pero sobre la cabeza de la hermana de mi amigo se veía una mancha oscura.
Dejamos a secar las placas, y al día siguiente las pusimos en la prensa, al sol, para sacar las positivas.
Ángeles, la hermana de Román, vino con nosotros a la azotea. Al mirar la primera prueba, Román y yo nos contemplamos sin decirnos una palabra. Sobre la cabeza de Ángeles se veía una sombra blanca de mujer de facciones parecidas a las suyas. En la segunda prueba se veía la misma sombra, pero en distinta actitud: inclinándose sobre Ángeles, como hablándole al oído. Nuestro
terror fue tan grande, que Román y yo nos quedamos mudos, paralizados. Ángeles miró las fotografías y sonrió, sonrió. Esto era lo grave.
Yo salí de la azotea y bajé las escaleras de la casa tropezando, cayéndome, y al llegar a la calle eché a correr, perseguido por el recuerdo de la sonrisa de Ángeles. Al entrar en casa, al pasar junto a un espejo, la vi en el fondo de la luna, sonriendo, sonriendo siempre.
¿Quién ha dicho que estoy loco? ¡Miente!, porque los locos no duermen, y yo duermo… ¡Ah!
¿Creíais que yo no sabía esto? Los locos no duermen, y yo duermo. Desde que nací, todavía no he despertado.

lunes, 6 de enero de 2014

2º Trimestre: Feliz 2014

Lectura comprensiva

CUENTOS BREVES RECOMENDADOS

LISTADO DE CUENTOS BREVES RECOMENDADOS POR MIGUEL DÍEZ R. 

EL HÉROE
(cuento)
Rabindranath T. Tagore

Madre, figúrate que vamos de viaje, que atravesamos un país extraño y peligroso.
Yo monto un caballo rubio al lado de tu palanquín.
El sol se pone; anochece. El desierto de Joradoghi, gris y desolado, se extiende ante nosotros.
El miedo se apodera de ti y piensas: ‘¿Dónde estamos?’
Pero yo te digo: ‘No temas, madre’.
La tierra está erizada de cardos y la cruza un estrecho sendero.
Todos los rebaños han vuelto ya a los establos de los pueblos y en la vasta extensión no se ve ningún ser viviente.
La oscuridad crece, el campo y el cielo se borran y ya no podemos distinguir nuestro camino.
De pronto, me llamas y me dices al oído: ‘¿Qué es aquella luz, allí, junto a la orilla?’ Se oye entonces un terrible alarido y las sombras se acercan corriendo hacia nosotros.
Tú te acurrucas en tu palanquín e invocas a los dioses.
Los portadores, temblando de espanto, se esconden en las zarzas.
Pero yo te grito: ‘¡No tengas miedo, madre, que yo estoy aquí!’ Armados con largos bastones, los cabellos al viento, los bandidos se acercan.
Yo les advierto: ‘¡Deténganse, malvados! ¡Un paso más y son muertos!’
Sus alaridos arrecian y se lanzan sobre nosotros.
Tú coges mis manos y me dices: ‘¡Hijo mío, te lo suplico, escapa de ellos!’
Y yo contesto: ‘Madre, vas a ver lo que hago’.
Entonces espoleo a mi caballo y lo lanzo al galope. Mi espada y mi escudo entrechocan ruidosamente.
La lucha es tan terrible, madre, que morirías de terror si pudieras verla desde tu palanquín.
Muchos huyen, muchos más son despedazados.
Tú, inmóvil y sola, piensas sin duda: ‘Mi hijo habrá muerto ya’.
Pero yo llego, bañado en sangre, y te digo: ‘Madre, la lucha ha terminado’.
Tú desciendes del palanquín, me besas, y estrechándome contra tu corazón me dices: ‘¿Qué habría sido de mí si mi hijo no me hubiera escoltado?’
Cada día suceden mil cosas inútiles. ¿Por qué no ha de ser posible que ocurra una aventura semejante? Sería como un cuento de los libros.
Mi hermano diría: ‘¿Es posible? ¡Siempre lo tuve por tan poca cosa!’
Y la gente del pueblo proclamaría: ‘¡Qué suerte la de la madre al tener a su hijo a su lado!’